lunes, 27 de diciembre de 2010

Milagro en Milán

La televisión cambió mucho cuando hace 20 años se abrió a las cadenas privadas y ahora, con la TDT, el panorama está sufriendo un nuevo meneo. Nada que nos entusiasme: cuantos más canales sintoniza uno -salvo que pague- peor es de promedio lo que ve. Como si el talento se diluyera entre tanta cadena. Tampoco hay mucha imaginación. Cuando yo era pequeño, y de eso hacen ya unas décadas, todas las Navidades echaban ¡Qué bello es vivir! de Frank Capra y Un mundo de fantasía, el título en español de la versión de Charlie y la fábrica de chocolate rodada en 1971. Una película que recordaba en blanco y negro y ahora buscándola en Youtube resulta que es en color: obviamente lo que era en blanco y negro era mi televisor.

La de la fábrica de chocolate la recuerdo por una canción muy pegadiza que decía algo así: "dumba, dumba, dumba, dibú, si fueras sabio, sabrías tú". Y sé que no la he soñado porque encuentro una (¡sólo una!) referencia en Google a la cancioncita: la debe de haber puesto otro nostálgico. Ésta de Un mundo de fantasía, digo, no la he vuelto a ver en la tele pero la de Capra nos acompaña todas las Navidades, todas sin excepción. A mí me sigue gustando y no me quejo de que la echen: transcurre en esta época del año, gusta a toda la familia, es la quintaesencia del buenrollismo y en caso de náuseas hay otras cadenas a donde huir. Pero añado que si lo que quieren es echar en estos días películas bonitas, para todos los públicos y que transmitan valores que no caduquen el 8 de enero, podían darse una vueltecita por la historia del cine. Podían acordarse, por ejemplo, de un clásico tan maravilloso como Milagro en Milán, de Vittorio de Sica. Yo me acordé y la vi esta noche con mis padres. En DVD, naturalmente.

Milagro en Milán es una fábula para adultos escrita al estilo de los cuentos de hadas de nuestra infancia. O sea, que no es una historia para los que ahora son niños -aunque también pueden disfrutarla- sino más bien para los niños que fuimos. El arranque es tristísimo: una anciana recoge un bebé que se encuentra en su huerta y lo cría como a su hijo. Al morir la señora al pobre niño lo internan en un orfanato, donde se educa hasta que se hace adulto y puede salir a enfrentarse con el mundo. Y el mundo que se encuentra resulta la ser la Italia de la posguerra. Un sitio horroroso donde lo único bonito parecían ser algunas mujeres como Sofía Loren, que encima no sale en la película. La inocencia del protagonista se estrellará desde el primer minuto con una ciudad áspera donde -les parecerá una tontería pero a él le entristece- "buenos días" no quiere decir "buenos días". Como en casi ningún sitio, si reflexionan un poco.



El pobre hombre acaba viviendo en un barrio de chabolas donde los mendigos se pelean por un rayo de sol, un terreno mísero codiciado encima por unos ricachones con sombrero de copa, como los de los colorines de Carpanta. ¿Espabilará Totó e intentará pisar otras cabezas antes de que pisen la suya? ¿Se convertirá en cínico, en un delincuente para sobrevivir? Nada de eso. Con un entusiasmo sin fisuras, una empatía extraordinaria, una bondad absoluta -también existe, como el amor absoluto- y cierta ayuda sobrenatural logrará convertir el poblacho en una utopía solidaria. No les voy a seguir contando la película -¡véanla!- pero les adelanto que su final me parece uno de los más bonitos de la historia del cine que conozco.

Milagro en Milán fue premiada en Cannes en 1951, un par de años antes que ¡Bienvenido Mr Marshall!, y me atrevería a decir que Berlanga se inspiró en ella en una de sus escenas. Cuando los habitantes de Villar del Río se arremolinan para encargar una cosa -¡una sólo por persona!- a los americanos continúan la cola que encabezaban los pobladores de las chabolas de Milán para pedir un deseo a cierta paloma mágica. La diferencia es que en la película italiana, esos deseos sí se hacían realidad... pero tampoco voy a seguir contando por ahí la historia.

De Sica es más conocido por otra obra anterior, El ladrón de bicicletas. Es una grandísima película ambientada también en el espanto de la posguerra, con un trasfondo igual de triste que el de Milagro en Milán pero con una visión mucho más amarga. De la primera uno saldría del cine circunspecto; de esta última saldría con una sonrisa. Yo personalmente no sé por qué El ladrón... está considerada mejor película que Milagro... Sí, ya sé, el pesimismo está más prestigiado que el optimismo. Y algunos añadirán "no es pesimismo, es realismo" (neorrealismo, en este caso). Pero si se fijan, después de esos negros años 40 la historia de Italia, pese a la corrupción, a la mafia y a las brigadas rojas, ha tenido más de milagro que de otra cosa. Los italianos y otros europeos occidentales como los alemanes, franceses o ingleses que nacieron en los años horribles en que se rodaron esas películas han tenido la suerte de vivir luego un periodo de paz, prosperidad y democracia sin parangón en ninguna época ni lugar. Así que después de todo, puede que los prodigios existan. Yo últimamente estoy casi seguro de que sí. Y de que no hace falta ir a Milán para encontrarlos.

sábado, 4 de diciembre de 2010

38

Hoy me han caído 38 años y lo he celebrado de milagro en Tenerife, donde aterricé ayer más o menos a la hora a la que se cerraba el espacio aéreo español por la huelga de controladores. Pero hoy no hablaremos de conflictos, ni de estados de alarma, sino de mi cumpleaños. Diremos entonces que el día en que nací la Tierra estaba en el mismo sitio que hoy y que en este tiempo ha girado exactamente 38 veces alrededor del sol. No es para marearse pero sí para afirmar que uno ya ha dado en esta vida bastantes vueltas. Por lo menos, bastantes alrededor de una estrella.

Como es casi tradicional, como hice con el 36 y el 37, hoy hablaré del número protagonista del día, el 38. Al 38 podríamos definirlo como una cifra discreta, sin afán de protagonismo. No tiene el aura aristocrática de los números primos y sólo tiene tres divisores además de sí mismo -el 1, el 2 y el 19- lo que lo convierten en un compuesto poco vistoso. Por decir algo mínimamente curioso de él destacaremos que es la suma del cuadrado de los tres primeros primos (2x2+3x3+4x4=38) si excluimos al uno. También es el número par más alto que no puede escribirse como la suma de dos números compuestos impares. Como ven, peculiaridades un tanto rebuscadas que hacen que nuestra cifra pase bastante desapercibida en el fascinante universo matemático.

En otros campos, el número 38 se presenta, lo siento, como una cifra conflictiva y hasta siniestra. El 38 es el calibre de muchísimas armas de fuego: pongan el numerito en Google y busquen imágenes y verán la cantidad de pistolas que le salen. Particularmente conocido es la munición 38 Smith & Wesson especial, de la que se habla en la canción aquella de Pedro Navaja, de Rubén Blades. Creo que una bala de esas mataron a John Lennon, entre otros. También da nombre a una de las fronteras más conflictivas de la Tierra, tristemente de moda en las últimas semanas: el paralelo 38, que divide a las dos Coreas. Y buscando los acontecimientos acaecidos en el año 38 el más destacado me parece también algo macabro: el martirio de San Andrés que agonizó durante tres días en una cruz en forma de aspa mientras seguía predicando la religión, que ya es tener humor. Para remate, leo en la Wikipedia, pero tengo que confirmarlo con mi compañera Cecilia Jan, que en Taiwán llamar a alguien "38" es decirle imbécil a la cara. Y curiosamente es el número atómico del estroncio, un elemento que suena muy parecido a stronzo, idiota en italiano. La 38 también es la talla esa que obsesiona a tantas mujeres, con efectos a veces devastadores para la autoestima...

¿Algo bueno que decir del numerito? Claro que sí. El 38 ha traído suerte a mucha gente, aunque también la ruina a otros: es el número de casillas de la ruleta americana, donde se juegan los números del 1 al 36 pero incluye también el cero y el doble cero. También nos ha salvado la vida a todos: 38 son los grados a partir de los cuales podemos decir técnicamente que tenemos fiebre, ese mecanismo que nos alerta de que algo no funciona bien en nuestro cuerpo. Por 38 empiezan los códigos postales de esta mi tierra, las Canarias occidentales, y la 38 es la línea de autobuses más frecuentada de Londres, la que une Clapton y Victoria con parada en Picadilly y una cadencia de aproximadamente un minuto en hora punta. También es un número clave en la mitología escandinava, cuyas sagas legendarias están dividadas, en su mayoría, en 38 capítulos y cuyos héroes combaten a las bestias en grupos de 38.

Un cumpleaños suele ser momento de hacer balance. Normalmente uno se agobia por dos cosas: por los años que le van cayendo y por lo poco que los ha aprovechado. Respecto de la primera preocupación creo que cumplir 38 no es aún motivo de zozobra, aunque apunto un detalle inquietante para los muy aprensivos: llegada esta edad sin duda hemos superado ya la tercera parte de nuestra vida, salvo que la medicina haga progresos asombrosos o aspiremos al libro Guiness de los récords. El ser humano más longevo de la historia cuya edad pudo comprobarse con seguridad, la francesa Jeanne Calment, vivió 122 años... y 38 multiplicado por tres son 124.

Pasamos a la segunda preocupación. Si les agobia haber llegado a mi edad -o a otra edad cualquiera- y no haber hecho aún nada destacable en la vida les diré dos cosas. Una, la más importante, es que creo sinceramente que en la vida no hay porque hacer "nada destacable", o mejor aún, que a veces lo más destacable que puede hacer uno son cosas sencillas, como ser un buen padre, un buen amigo, un buen profesional o, en general una buena persona. Pero si de verdad les inquieta "triunfar" en este mundo les comunico que en la historia hay ejemplos y contraejemplos de casi todo. Genios como Mozart o Marilyn Monroe ya lo habían hecho todo a los 38 años... bueno de hecho hasta se habían muerto. Algunos alcanzaron con esa edad la cumbre de su carrera, como Neil Armstrong que tenía mi edad cuando pisó la luna. Otros como Mahoma, y fíjense lo que luego revolucionó el mundo, eran tipos perfectamente anónimos. En su caso, no fue hasta los 40 años cuando empezó a predicar.

Si tengo elegir los 38 años de algún personaje histórico, me quedo con los de Cervantes. A esa edad, tras unos años muy tumultuosos que incluyeron la guerra, el cautiverio y la pérdida de un brazo, el autor de El Quijote publicó al fin La Galatea, su primera obra literaria de cierto volumen y trascendencia. Fue así para Cervantes una edad que dividió su vida en dos, el momento en el que el soldado manco empezó a convertirse en figura universal de la literatura. Por bien que estemos y que repitamos sinceramente eso de "que me quede como estoy" creo que en estas fechas indicadas para la reflexión -cumpleaños, Nochevieja, aniversario importante- uno siempre sueña con que el periodo de tiempo que comienza marque un punto de inflexión en nuestras vidas, para bien o para mejor. Así que ojalá pueda contarles dentro de un año que he publicado mi Galatea personal. De momento, voy a celebrar mi cumpleaños.

Créditos de las dos primeras fotos: chispita_666 y Mega Anorak