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Hace casi 14 años, en diciembre de 2000, me mudé a la casa donde vivo ahora. Era un cuarto piso sin ascensor, pero una vecina me aseguró que la obra ya estaba aprobada y que lo tendríamos muy pronto.
Hace unos diez años murió la vecina. Sin ver el ascensor, claro. Otros tres propietarios han muerto después, y eso que sólo hay nueve viviendas. Uno de ellos, el que más ilusión tenía, había nacido en el propio edificio. De hecho nació y murió en la misma habitación.
En 2004 dos operarios subieron a pulso un piano por la escalera. Pero, poco a poco, yo he cargado mucho más peso. En estos años transcurridos, a un par de kilos al día, calculo que habré llevado unas ocho toneladas de cosas escalera arriba, camas, armarios y sofás incluidos. Algunas visitas que hubieran resultado agradables se quedaron sin subir por pura pereza, pero también me libré de algunos pesados.
En 2009 una empresa empezó la obra del ascensor pero nos estafó y se
quedó con el dinero adelantado. El
27 de febrero de 2010 -lo recuerdo porque ese día mi hermana Bea
cumplía 34 años- un fenómeno meteorológico bautizado como ciclogénesis explosiva cruzó la Península. En mi edificio se hundió el techo de la
escalera. No hubo heridos, pero el desastre retrasó aún más el sueño del
ascensor. Por aquel entonces yo era el presidente de la comunidad.
En 2012 me fui a México por seis meses y me aseguraron que a la vuelta estaría funcionando. Volví a los dos años y medio y sólo habíamos avanzado un poco: estaba hecho el foso. Un mes después pusieron la cabina.
Pero todavía tuvieron que pasar cuatro meses hasta que el pasado 22 de septiembre de 2014 me ahorrara por primera vez el subir andando los 81 peldaños del edificio. Pero la historia no acabó ahí. Al día siguiente se rompió el ascensor. Y se arregló. Y se volvió a romper. Y se volvió a arreglar.
Hoy bajé en él a hacer unas compras y ya no pude subir. Los técnicos "están en ello", o sea, los técnicos no tienen ni idea de lo que pasa. Y no se despeja la intriga de si alguna vez, en esta década o en la siguiente, tendremos un ascensor como Dios manda.
En 2012 me fui a México por seis meses y me aseguraron que a la vuelta estaría funcionando. Volví a los dos años y medio y sólo habíamos avanzado un poco: estaba hecho el foso. Un mes después pusieron la cabina.
Pero todavía tuvieron que pasar cuatro meses hasta que el pasado 22 de septiembre de 2014 me ahorrara por primera vez el subir andando los 81 peldaños del edificio. Pero la historia no acabó ahí. Al día siguiente se rompió el ascensor. Y se arregló. Y se volvió a romper. Y se volvió a arreglar.
Hoy bajé en él a hacer unas compras y ya no pude subir. Los técnicos "están en ello", o sea, los técnicos no tienen ni idea de lo que pasa. Y no se despeja la intriga de si alguna vez, en esta década o en la siguiente, tendremos un ascensor como Dios manda.